sábado, 23 de julio de 2011

La corona de la primera dama de palacio.


Hace muchos años, en la antigua india, un marajá quiso erigir un gran tributo a su esposa como muestra del amor y el cariño que sentía por ella. El marajá quería construir un edificio que no se pareciera a ningún otro, un edificio que brillara en la noche y que la gente pudiera admirar en siglos venideros. Así que día a día, bloque a bloque, sus obreros se afanaban bajo un sol abrasador. El edificio iba tomando cuerpo poco a poco, cada vez se parecía más a un monumento, un hito de amor destacándose entre el fondo azul del cielo indio. Finalmente, tras veintidós años de avances paulatinos, el palacio de mármol puro quedo terminado.

El Taj Mahal, es una de las siete maravillas del mundo, es un monumento al amor. Y para los que van a la India y visitan Agra, esa pequeña localidad donde se encuentra. Dicen que no hay nada más profundo que sentarse en uno de sus bancos y ver la silueta del imponente edificio reflejada en el agua. Taj Mahal (La corona de la primera dama de palacio) tiene una simetría perfecta, pero gran parte de su notoriedad se debe al motivo por el que se erigió.