sábado, 13 de octubre de 2012

Gentil alma.







Sintiose dueño y señor de un sentimiento inalienable comparable solo con las mil buenas razones que daban fe de su buenaventura de amar. No había mayor tormento que el que hubiere de inventarse cada mañana. Nada que el placer de la rutina matutina diaria a la que se entregaba comenzando con sus manos juntas acaparando la mayor cantidad posible de agua para empapar su cara y despertar así la que podía ser la mejor jornada de su vida, no pudiese superar.

Gentil alma a la que Dios parece no escuchar y que únicamente deja exhausta el temor de perder su virtud y honra por no ser merecedora de sus propios dones y anhelos. Por dar cobijo en sus pensamientos a quien loablemente dejose todos sus esfuerzos en borrar cualquier vestigio de lo vivido y sus sueños. Y aunque a veces la melancolía le ataque por la espalda y su memoria le traicione con algún recuerdo. Prefiere guardar silencio y no dejar espacio bajo este cielo, que deje al descubierto las intenciones de quien ha decidido amarla en silencio.


Y entre todos los oficios deshacer lo que ya había vivido en algún momento, lo que en intención se erigió con unas proporciones tal que solo se podría acotar a los adjetivos hermoso e inmenso. Y entre todos los oficios… hubo de ser éste el único para el que no había sido hecho. Y quiso la noche que su pesar le hiciera despertar mirando las estrellas otra vez. A sabiendas que si el sol hubiere de permanecer escondido por más tiempo, su curva más hermosa sería el lugar perfecto. Y continuó, apabullado por la idea de que si ella gusta de no quererle, no dispuso el cielo una ocasión en que pudiere él no quererla o dejar de hacerlo. Y por el resto de sus días ha de vivir con este inalienable sentimiento, solo comparable con las mil buenas razones que dan fe de mi buenaventura de amarla y sus besos.
 
L.P.F.01F85
Obra: El Beso.
Pintor: Gustav Klimt